El miércoles 21 de octubre falleció nuestro amigo y compañero José Carlos Pérez Cobo, socio fundacional y vicepresidente de Alavesia, y uno de sus apoyos más importantes. La noticia nos deja irremediablemente tristes, por más que fuera previsible. A pesar de que la enfermedad que finalmente se lo ha llevado se le manifestó al poco de empezar la vida de la asociación, José Carlos se mantuvo siempre activo durante las treguas con su dolencia, participando en todas las reuniones de la Junta, aportando conocimiento, ideas e iniciativas para seguir adelante con el proyecto. Con gran generosidad ofreció él mismo un ciclo de conferencias sobre evolución. A medida que su mal avanzaba se fueron convirtiendo en conferencias «sorpresa», porque ya no podían programarse con demasiada antelación. Solo pudo pronunciar tres de la decena larga que había previsto. Como ocurrió con su «Esquina del pogonóforo», en la que planeaba ir incluyendo pequeños artículos de divulgación —en lo que era un maestro—, pero que tuvo que interrumpir casi recién creado el espacio en nuestra web.
José Carlos era un verdadero hombre de ciencia. Su especialidad académica fue la fisiología humana, pero su curiosidad era insaciable y sabía prácticamente de todo, con conocimiento bien fundamentado y habiéndose acercado a los originales en muchos casos. Buena prueba de su amor por la ciencia es que, no habiendo sido nunca un biólogo de campo, tenía un genuino interés por cuestiones como la taxonomía, y por los problemas de instituciones extrauniversitarias como los museos de ciencias. No hay muchos científicos de laboratorio que comprendan y valoren estas cosas. Desarrolló su carrera profesional como profesor y divulgador científico. Si en lo primero fue bueno, para la divulgación era extraordinario, ameno y divertido, y siempre atento a la precisión de los hechos que contaba. Su cultura, amplísima, iba mucho más allá de la ciencia y de la música, seguramente sus dos principales amores intelectuales. Con él se podía hablar de cualquier cosa, y siempre se aprendía mucho. Y además tenía un incombustible sentido del humor, inteligente y tierno. Su aspecto era el del hombre gruñón, pero más bien como una especie de capitán Haddock que a la vez quisiera ser profesor Tornasol… Los miembros de la Junta podemos dar fe de esto.
A todos los que le hemos conocido nos va a costar mucho hacernos a la idea de que nuestro pogonóforo ya no va a volver a su esquina, de que en Alavesia nos hemos quedado mucho más solos…
Deja un comentario
Comments 0